domingo, 14 de diciembre de 2008

DE VASCONCELOS A AMLO

Francisco Estrada C.
DE VASCONCELOS A AMLO:
UNA REFLEXION SOBRE
EL DESTINO DE LOS
MOVIMIENTOS SOCIALES
México, julio de 2008.
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DE VASCONCELOS A AMLO:
UNA REFLEXION SOBRE EL DESTINO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Francisco Estrada Correa.
En la lucha por la democracia en México, es necesario decir que el
movimiento de AMLO no es el único que ha existido. Esto es importante
recordarlo, porque el entusiasmo por la respuesta popular y por la
sobrevivencia misma del movimiento a pesar de todo lo que se ha hecho para
desbaratarlo a raíz del fraude del 2006, puede hacer caer a más de uno en el
error de que se trata del primer movimiento de este tipo, de un caso inédito de
respuesta popular y, por lo mismo, que el futuro nos pertenece.
La verdad es que antes que él, con igual o mayor magnitud incluso, se
dieron los movimientos vasconcelista, almazanista, padillista y el henriquista, y
todos ellos pasaron a la historia sin mayores consecuencias y en muchos
casos quedaron más bien en el olvido.
Andrés Manuel López Obrador en 2006 y Miguel Henríquez Guzmán en 1952:
dos liderazgos, dos momentos políticos, una lección histórica.
Efectivamente, igual que AMLO, fueron proclamados presidentes
"legítimos" José Vasconcelos, Juan Andreu Almazán y Ezequiel Padilla,
víctimas de fraude en las elecciones presidenciales de 1929, de 1940 y de
1946 respectivamente. Los tres intentaron organizar una revolución popular,
para ese efecto nada más pasaron las elecciones salieron del país siguiendo el
ejemplo de Francisco I. Madero; pero fracasaron por una razón o por otra, y
dejaron "colgados" a sus partidarios, que padecieron aquí represiones y
persecuciones sin cuento (Topilejo en 1930, es sólo un ejemplo), hasta que los
tres movimientos -el vasconcelista, el almazanista y el padillista-, simplemente
desaparecieron.
La nota común pues, de todos estos movimientos, fue la dilapidación de
su capital político, por distintas razones.
El vasconcelismo fracasó, entre otras muchas, por la represión oficial
desde luego, pero además porque Vasconcelos abandonó a su suerte a sus
partidarios, salió del país esperando que ellos solos harían una revolución para
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traerlo de vuelta como presidente, y se quedó esperando en el extranjero sin
hacer nada efectivo más que un manifiesto llamando a tomar las armas,
mientras los vasconcelistas se organizaban en contingentes armados
esperando que su candidato se pusiera al frente de ellos.
El almazanismo fracasó por algo similar, o quizá hasta más burdo:
pasadas las elecciones Almazán aseguró en todos los tonos que no iba a
aceptar la imposición, que era él el ganador y que iba a tomar posesión “cueste
lo que cueste”. Desconoció las instituciones existentes y llamó a sus partidarios
a organizarse y crear sus propias instituciones. Ordenó la instalación de un
Congreso almazanista para declararlo presidente legítimo y tomar posesión en
él y salió del país para preparar su revolución, pero al final rehusó ponerse al
frente de sus partidarios.
Almazán dijo años después que se fue a los Estados Unidos para ver "si
había condiciones" para levantarse en armas y que cuando se dio cuenta de
que el gobierno de allá apoyaba la imposición decidió que era inútil cualquier
intento, así que regresó antes de la protesta de Manuel Avila Camacho sólo
para "renunciar" a la presidencia y pedirle a sus partidarios resignarse con la
imposición del presidente espurio, "por patriotismo".
Padilla igual: se fue del país dizque para preparar su revolución y
simplemente, un buen día, cuando lo fueron a visitar los directivos de su partido
para anunciarle que ya tenían un comité revolucionario listo para actuar, les dijo
que todo lo que se hiciera era inútil porque no tenía armas ni dinero.
El caso del henriquismo fue diferente, pero por lo mismo, es aún más
aleccionador.


Lázaro Cárdenas en el henriquismo. Izquierda, primer discurso como candidato de
Henríquez, con correcciones de puño y letra del ex presidente; y derecha, una de sus
tantas entrevistas que trascendieron a los medios.
En 1952, pasadas las elecciones, Miguel Henríquez Guzmán se negó de
entrada a salir del país y seguir el camino de sus antecesores defraudados
abandonando a sus partidarios. A diferencia de Vasconcelos, Almazán y Padilla
se negó a ir a una revuelta, pero también a transar con el gobierno. Le apostó a
la democracia y optó primero por organizar un movimiento de resistencia civil
para tratar de impedir el fraude y luego, consumado éste, optó por hacerle la
oposición legal al gobierno espurio.
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Tan pronto como el 13 de julio de 1952, es decir apenas una semana
después de los comicios, Henríquez Guzmán hizo público un manifiesto
estableciendo su postura:
"I.- Estaré al lado del pueblo para rechazar como inaceptable la
consumación del gran fraude electoral.
"II.- No abandonaré el territorio de mi patria ni rehuiré las
responsabilidades que pudieran imputárseme como consecuencia de mi
actitud, en esta lucha cívica.
"III.- Sólo tengo un compromiso: el que he formulado con mis
conciudadanos, de luchar por la dignificación de los procedimientos electorales,
por el respeto al voto y por el cumplimiento del programa de la Federación de
Partidos del Pueblo Mexicano, del Partido Constitucionalista, del Partido de la
Revolución y de la Plataforma Mínima elaborada por la Coalición de partidos
Independientes... Rechazaré, por lo tanto, toda proposición que tienda a
ponerme en el caso de faltar a ese compromiso único" (Heraldo del Pueblo,
HP, 15 de julio de 1952).
Lo que siguió, después de esto, fue una convocatoria a los henriquistas
de todo el país para organizar movilizaciones pacíficas de repudio al fraude, y
la decisión del comité nacional de la FPPM de retirarse de la Comisión Federal
Electoral por "no merecer la confianza de los partidos independientes ni del
pueblo en general", desautorizando a cualquiera de sus candidatos a diputados
o senadores e incluso funcionarios suyos "que hayan presentado por su cuenta
quejas" ante la propia CFE, "supeditada a los intereses y conveniencias del
partido oficial" (HP, 15 de agosto de 1952).
Esto significaba, en términos llanos, el no reconocimiento de la
imposición y la no legitimación de las elecciones mediante la aceptación de
curules. Al asumir que el fraude no había sido sólo con respecto a la
presidencia, los henriquistas renunciaban de ese modo también a tener
senadores ni diputados y apelaban a la soberanía popular, es decir que lo que
seguía era darle forma aun gran movimiento popular.
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Es interesante traer a la memoria la página henriquista, por sus
similitudes y por sus diferencias con el movimiento de AMLO, pero sobre todo
por las lecciones que se pueden desprender de él.
El henriquismo fue un movimiento político que abanderó Henríquez
Guzmán, pero que contó con la participación destacada de Lázaro Cárdenas y
del cardenismo en oposición a Miguel Alemán y su proyecto gubernamental.
Habiendo arribado a la presidencia en medio de acusaciones de fraude,
Alemán no dudó en recurrir a todo tipo de concesiones para apuntalarse y
legitimarse. Pero además, como se engolosinó con el poder, y llegó a pensar
en que podía reelegirse o mantenerse indefinidamente en él, alentó una serie
de políticas y reformas constitucionales, entre otras nada menos que la marcha
atrás de la expropiación cardenista, autorizando el regreso de las compañías
extranjeras que habían sido expulsadas en 1938.
Estas decisiones dividieron al país. De un lado, los defensores del
petróleo, es decir, los defensores de un sentido nacionalista de la política, la
izquierda de entonces, los reivindicadores de la Constitución del 17. Y del otro,
la corte, los que decían que todo eso era "modernidad" y era "progreso", y que
en un momento dado pensaron que como el país no podía perderse a tan
egregio gobernante, no solamente había que reelegirlo, sino que había que
"alemanizar" a México, como llegó textualmente a proponer el presidente del
PRI de aquellos años, el general Rodolfo Sánchez Taboada.
Fue así como Alemán abrió las puertas para la participación de capitales
extranjeros en la industria petrolera, disfrazada de "contratos-riesgo", y ya en
su primer informe estaba haciendo el anuncio de un convenio con petroleros
norteamericanos para la perforación y explotación de 100 pozos en territorio
nacional. Y no sólo eso, sino que luego se supo de otro convenio para
aumentar la producción petrolera, como querían los Estado Unidos.
El diputado Natalio Vázquez Pallares, presidente de la Comisión del
Petróleo de la Cámara de Diputados, hizo público todo esto y exhibió
documentos. Probó con ellos la violación constitucional, y los presentó ante la
PGR, la que por supuesto respondió de inmediato que no había nada de ilícito
en ninguno de esos contratos.
Ambicioso de poder y planeando ya su entronización, al igual que don
Porfirio, Alemán se obsesionó en la idea de borrar a Cárdenas de la historia,
así que organizó toda una campaña para exaltar las bondades de su política y
desacreditar al cardenismo, para tratar de justificar la entrega del petróleo con
el argumento de que era "por el bien de la nación", y una "necesidad" para
"llevar al país a la modernidad"; llegó al grado de pretender hasta descalificar la
expropiación, señalándola como "medida populista" que estaba completamente
rebasada, a la vez que su jefe de ayudantes, un tal Piña Soria, advertía que él
mismo iba a sacar a Cárdenas del país, igual como había hecho con Calles,
sólo que al "Tata" lo iban a sacar, además, "emplumado".
Fue entonces que tuvo lugar una reunión, la noche del año nuevo de
1950, cuando todo mundo daba por "muerto" a Cárdenas, que presidió el ex
presidente, y a la que asistieron, además de un grupo de amigos y ex
funcionarios de su gobierno, el general Miguel Henríquez Guzmán, quien había
sido el principal contrincante de Alemán en la anterior campaña presidencial y
seguía proyectándose como fuerte presidenciable.
La reunión armó, obviamente, revuelo nacional, sobre todo porque a los
cuantos días de ella, los ex secretarios del gobierno cardenista hicieron
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publicar un manifiesto saliendo en defensa de las políticas seguidas por ese
gobierno. En él advertían, entre otras muchas cosas, sobre el peligro que
entrañaba "el encono personalista" contra el ex presidente, cuyo verdadero
objetivo era "la agresión a las instituciones enraizadas en nuestras tradiciones
progresistas" y específicamente con respecto al petróleo.
Ese fue el principio del relanzamiento de la candidatura presidencial de
Henríquez Guzmán. Sintetizado, el lema de su campaña fue: "Henriquismo
significa la vuelta a la Constitución de 1917". Así de claro.
De ese modo, lo que empezó en un movimiento de defensa del petróleo
y de los principios constitucionales, se convirtió en un movimiento electoral que
tuvo como abanderado a Henríquez y como "conciencia moral" a Lázaro
Cárdenas, amenazando la hegemonía priísta.
Desde luego, Cárdenas actuaba con cautela, a trasmano; pero se dejaba
entrever su acción. Se entrevistaba con Henríquez, aparecían juntos cuantas
veces se daba la ocasión. E hizo que se declararan henriquistas tres de sus
hermanos, Alberto, Francisco y José Raymundo, su suegro Cándido Solórzano,
su cuñado Salvador, y hasta su esposa Amalia y su hijo Cuauhtémoc. Es decir,
que no había duda de que la defensa del petróleo tenía tintes cardenistas.
La idea era establecer una gran alianza de las fuerzas progresistas en
defensa de la Constitución, se llegó hasta a acordar una plataforma común de
la Coalición de Partidos Independientes, pero Vicente Lombardo transó con el
gobierno y la impidió, así que en las elecciones del 52 la izquierda se presentó
a contender dividida frente a un poderoso aparato gubernamental que hizo de
la corrupción y del apoyo del ejército su principal fuerza.
El presidente legítimo de 1952 con la
banda presidencial que le dio el pueblo
La Convención que proclamó a
Henríquez presidente legítimo
Por eso, tan pronto pasaron las elecciones y se dejó ver que el
alemanismo no estaba dispuesto a soltar el poder, los cardenistas le
propusieron un plan a Henríquez: boicotear la celebración del informe y las
fiestas patrias, convocar a una Convención o Congreso que lo declarase
“presidente legitimo” e instalar un gobierno “paralelo”, para luego desatar la
guerra de guerrillas que impidiera la toma de posesión del ganador oficial, el
priísta Adolfo Ruiz Cortines.
Por cierto que aquella convención nacional se iba a realizar nada menos
que en una finca de Cárdenas en Apatzingán, pero Henríquez se negó. En
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lugar de eso, se llevó a cabo una gran manifestación en los alrededores de su
casa en San Angel, y ahí recibió la banda presidencial y el nombramiento de
presidente legítimo por cada uno de los representantes estatales, sólo que en
ese mismo acto anunció que se terminaba la resistencia civil, es decir que no
se iba a impedir la toma de posesión de Ruiz Cortines. Calmó a sus partidarios
y advirtió que como su lucha era legal y democrática, y que así la iba a
mantener, lo que seguía era no aceptar ningún trato con el gobierno,
desconocerlo de plano, y fortalecer el movimiento popular para hacerle la
oposición legal.
No era el llamado a la insurgencia desde luego; fue más bien una
decisión ética, pero con ella Henríquez dividió al movimiento y a su principal
partido, la FPPM, dirigido por los cardenistas, pues lo que en realidad siguió fue
el aislamiento del movimiento y el debilitamiento del liderazgo de Henríquez,
por varias razones.
Como Henríquez se negó a transar, y el gobierno no estaba dispuesto a
aceptar una oposición independiente, Alemán y Ruiz Cortines negociaron con
Cárdenas a cambio de algunas concesiones, así como de la adopción de
algunos postulados henriquistas y de la Coalición de Partidos Independientes.
Convencido de que Henríquez no se iba a levantar en armas, Cárdenas
dobló las manos, así que negoció no sólo su participación en el henriquismo,
sino la disolución del movimiento, y a partir de ese momento trató por todos los
medios de que regresara la "paz" a la familia revolucionaria y que se diera una
conciliación del henriquismo con el nuevo presidente espurio.
Las reuniones entre Alemán y Cárdenas primero, y Ruiz Cortines y
Cárdenas después, están ampliamente documentadas. Con Alemán se reunió
en dos ocasiones, una el 24 de mayo de 1952, en plena campaña, y la
segunda el 6 de noviembre, días antes del cambio de poderes. Y con Ruiz
Cortines se reunió el "Tata" en Manzanillo el 22 de octubre de 1952, y según
Alfonso Taracena, se acordó ahí "terminar con el problema henriquista en diez
minutos" a cambio de una serie de medidas correctivas que incluían, entre
otras cosas, la marcha atrás en varias decisiones adoptadas por el
alemanismo, en particular las referentes al petróleo. Lo que incluso dijo Ruiz
Cortines desde el día que tomó posesión.
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Henríquez por su parte, también llegó a reunirse con Alemán y con Ruiz
Cortines, pero el contexto fue otro muy distinto. La entrevista con Alemán, al
día siguiente de las elecciones, la relató César Martino, y según él el entonces
presidente le ofreció a Henríquez reconocer la mayoría henriquista en el
Congreso y un cuantioso subsidio para su partido a cambio del reconocimiento
del triunfo de Ruiz Cortines, a lo que el candidato defraudado se negó. Y con
Ruiz Cortines aceptó Henríquez reunirse el 23 de febrero de 1953, a instancias
de los cardenistas, pero sólo de manera pública y para discutir los términos de
un gobierno de coalición.
La entrevista fue ampliamente difundida en los medios, y sin embargo,
no pudieron llegar a ningún arreglo porque como la primera de las condiciones
del henriquismo era la expedición inmediata de una nueva ley electoral que le
quitara al gobierno el control de las elecciones, lo que implicaba el fin del PRI, y
otra la revisión de los contratos petroleros otorgados durante el alemanismo, el
pacto se quedó en el papel, y Henríquez decidió seguir en la oposición.
Es decir que era una farsa eso de que se pretendía reivindicar el
programa henriquista, por lo que Henríquez declaró que él no estaba de
acuerdo con una aceptación indecorosa del fraude a cambio de una mínima e
inoperante representación en el gobierno, sino que lo que debía de hacerse era
una verdadera transformación del régimen, así que iba a seguir luchando por
ella, con quien quisiera seguirlo.
"Si consideraciones egoístas o compromisos de partido se anteponen al
interés de la nación y a los anhelos de los ciudadanos –declaró a propósito de
la entrevista-, el pueblo de México no podrá contener su inconformidad y bajo
las banderas de nuestro partido buscará, por todos los medios a su alcance, la
realización de esos ideales y la satisfacción de sus necesidades" (HP, 1 de
marzo de 1953).
El programa henriquista que el candidato defraudado había expuesto al
presidente espurio podemos sintetizarlo en los siguientes 10 puntos:
"I.- Reintegración de la República al régimen constitucional. Igualdad de
trato a todos los partidos y desaparición del PRI como monopolio electoral.
"II.- Expedición de una ley electoral que impida al gobierno hacer y
decidir las elecciones. Vigencia de las garantías individuales y los derechos
sociales, garantía plena de la libertad de reunión y fin de la persecución de
líderes sociales.
"III.- Consignación de los funcionarios ilícitamente enriquecidos.
"IV.- Revisión de las concesiones otorgadas a empresas nacionales o
extranjeras que exploten recursos del país, especialmente en lo que respecta al
petróleo, minería y energía eléctrica. No aceptar ningún convenio o pacto
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internacional sin informar previamente a la nación, a fin de conocer el sentir de
la opinión pública y obrar en consecuencia.
"V.- Revisión de la política agraria para rectificar las desviaciones
contrarias al espíritu de la Constitución. Reanudación del reparto de tierras y
eliminación de la reforma de 1946. Libertad para que los campesinos designen
a sus dirigentes. Cancelación de los adeudos que ejidatarios y propietarios en
pequeño tienen con los Bancos Ejidal y Agrícola.
"VI.- Reorganización y moralización de las instituciones oficiales de
crédito.
"VII.- Respeto al artículo 123, extensión del beneficio del seguro social a
los campesinos, trabajadores del Estado y miembros de las Fuerzas Armadas.
Celosa vigilancia del México para proteger a nuestros connacionales en el país
del Norte.
"VIII.- Reestructurar el servicio militar nacional.
"IX.- Derogación de los decretos que autorizan los monopolios de
combustibles derivados de petróleo, transportes, Azúcar S.A., CEIMSA.
Revisión de las tarifas de servicios públicos para impedir cobros exagerados en
luz y energía eléctrica, teléfonos, gas y transportes.
"X.- Atención preferente del Estado a la situación en que vive la mayoría
de nuestra población rural y las familias de modesta condición económica en
las llamadas colonias proletarias de los centros urbanos" (HP, 28 de febrero de
1953).
Lázaro Cárdenas con Miguel Alemán y con Ruiz Cortínes.
Después de la entrevista Henríquez-Ruiz Cortines el movimiento se
dividió pues, entre los que proponían negociar a cambio de algunas posiciones
políticas y concesiones económicas y los "radicales" que se negaron a avalar el
fraude, que desconocieron al gobierno y no aceptaron ningún trato con él. Los
primeros fueron considerados "la izquierda civilizada, constructiva, madura" y
los segundos, los "intransigentes", los "destructivos", los "molestos".
Cárdenas, entonces, dio la orden de romper filas, y en unos días los
cardenistas estaban haciendo fila en Los Pinos para reconciliarse con Ruiz
Cortines. Se les dieron empleos, curules, embajadas, todo con tal de
cooptarlos. Incluso se les volvió a abrir las puertas del PRI, y a quienes se
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rehusaron por mostrar ciertos "escrúpulos", hasta se les creó un nuevo partido,
el PARM, dizque para dar abrigo a los que pensaban que el PRI ya no
representaba a los "revolucionarios auténticos", que era como se ostentaban
los cardenistas y los henriquistas.
Es decir, que Cárdenas se conformó con la garantía que recibió de parte
de Ruiz Cortines de detener el proceso desnacionalizador de Pemex iniciado
por Alemán, y de eliminar los "contratos-riesgo", lo que efectivamente sucedió,
poco después.
Para los panistas ignorantes de la historia, esa es la razón por la que
Ruiz Cortines promulgó la ley orgánica de Pemex de 1958, y prohíbe en ella la
participación de empresas privadas en la explotación del petróleo. Por
Cárdenas, gracias a sus presiones.
El costo de eso fue la entronización de la antidemocracia, pero se salvó
el petróleo. Para muchos cardenistas eso sólo justificaba la postura oficialista
del "Tata". Para Henríquez y los henriquistas en cambio, eso era llanamente
una traición y por eso Henríquez asumió públicamente su rompimiento político
con Cárdenas tan pronto se percató de la jugada.
La familia Cárdenas, henriquista. Arriba a la
izquierda, Cuauhtémoc en una comida de su
padre con Henríquez poco antes del inicio
de la campaña.
Arriba, Henríquez con doña Amalia y abajo
con todos los hermanos Cárdenas.
A partir de ahí se acabó de desbaratar la alianza de las fuerzas
progresistas agrupadas en la Coalición de Partidos Independientes y, poco a
poco, el movimiento se fue desmoronando: el Partido Comunista y el Obrero
Campesino se alejaron; el Partido de la Revolución desapareció, luego de que
su dirigente, Candido Aguilar, fue detenido y forzado a exiliarse. Y en cuanto al
Partido Constitucionalista, se le descabezó al mandar a prisión a casi todos sus
dirigentes.
Decidido a seguir al costo que fuera, Henríquez ordenó reorganizar la
FPPM con gente suya, con henriquistas leales. Y como se había negado a
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recibir ningún tipo de dádiva o financiamiento oficial, apeló al apoyo de sus
afiliados y simpatizantes, y se abrió una colecta nacional para obtener fondos.
Se tuvo que reestructurar todo el comité de la FPPM. Pedro Martínez
Tornel y Bartolomé Vargas Lugo dejaron la presidencia y la secretaría general,
y se hicieron cargo Vicente Estrada Cajigal y José Muñoz Cota. También
dejaron sus puestos Roberto Molina Pasquel, Wenceslao Labra, Agustín
Leñero, Bernardo Bátiz, Luis Chávez Orozco, Salvador Solórzano, Jorge L.
Tamayo, Antonio Ríos Zertuche, Francisco Martínez de la Vega y César
Martino, entre otros integrantes de la plana mayor que obedecía a la corriente
cardenista. Y desde luego, dejaron de aparecer en actos públicos henriquistas
doña Amalia y Cuauhtémoc, y toda la familia Cárdenas.
Sin embargo, lejos de debilitarse, el movimiento siguió creciendo. Se
reunían en las oficinas del partido, organizaban mítines y manifestaciones
multitudinarias, cada vez más numerosas a pesar del acoso policial. Y no sólo
esto lograron los henriquistas, sino que se convirtieron en auténtica oposición
dedicándose a desnudar todas las mentiras de la política gubernamental y
todavía, el 27 de agosto de 1953 presentaron, debidamente documentada una
denuncia ante la PGR acusando a Miguel Alemán y a todos sus secretarios de
Estado de olvidarse de cumplir y hacer cumplir la Constitución, y de
enriquecimiento ilícito en detrimento del patrimonio nacional.
Frente a esto, el gobierno de plano optó por la línea dura, cientos de
henriquistas fueron entonces a parar a las cárceles, a otros tantos se les aplicó
la "cláusula de exclusión" en sus empleos y a muchos se les asesinó mediante
"carreterazos" o burdos ajusticiamientos. Más, como seguían las
manifestaciones y las concentraciones henriquistas, y al movimiento nada lo
detenía, Ruiz Cortines acabó por tomar una decisión radical: lo que siguió fue
la orden de Gobernación que desposeyó a Henriquez y a los henriquistas de su
partido: les quitaron el registro. En ese momento, a principios de 1954, es decir
casi dos años después de las elecciones, el número de afiliaciones se había
elevado ya a 2 millones 707 mil 826 ciudadanos, perfectamente organizados en
subcomités de manzana, de colonia y territoriales, y estos a su vez en comités
municipales, regionales y estatales (HP, 25 de abril de 1954).
De nada valió... Y como, por si fuera poco, Gobernación ejercía un férreo
control sobre los medios, todo esto fue minando el movimiento popular que, o
bien era presentado como algo nocivo y "peligroso", o simplemente dejó de
existir para el mundo oficial.
Fue verdaderamente espectacular, por su despliegue de fuerza, el
desalojo de las oficinas de la FPPM, sobre el cual dio cuenta así, el periódico
Ultimas Noticias del 3 de marzo de 1955: “Para acabar con la molestia y hasta
amenaza sanitaria que significaba la cloaca henriquista en las calles de Donato
Guerra, la policía desalojó esta mañana el local entregando sus ‘chivas’ a los
inquietos politiquillos”.
De ese modo, la misma "democracia" y las mismas instituciones a las
que le apostó Henríquez, lo eliminaron. El argumento fue "legal", y "muy legal"
la prohibición de la militancia henriquista.
Todavía en mayo de 1954, el presidente legítimo de entonces reiteró:
"Esta es una lucha permanente que no persigue una simple renovación de
hombres en el poder, sino que se orienta hacia la cabal vigencia de la
Constitución. Ninguna consideración podrá hacerme abandonarla". Y a
continuación denunció las falacias del gobierno espurio: "El grupo en el poder
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ha comprobado hasta la evidencia su incapacidad. Como se hizo precisamente
lo contrario de lo que debía haberse hecho, vemos que estos últimos años, que
son los que registran más angustiosas miserias para el pueblo, son también los
que arrojan mayores utilidades para los grandes monopolios y para las
empresas favorecidas por la protección oficial. El último cambio de régimen no
ha constituido modificación alguna en esa desastrosa política, y es que los
compromisos que los imposicionistas dejan a los herederos, impiden la
observancia de la Constitución... " (HP, 6 de junio de 1954).
No lo dejaron volver a ser candidato y lo borraron de la historia.
Muchos fueron los henriquistas entonces, que advirtieron que no
quedaba más camino que irse a la revolución, pero Henríquez una vez más se
negó. Dijo que con registro o sin registro, la lucha democrática seguiría por los
causes democráticos. Cuando a fines de 1957 sus partidarios intentaron volver
a lanzar su candidatura, se alzó una gran campaña oficial para frenarlo. Y
todavía, a pesar de que hasta poco más allá de los años 80 había núcleos
henriquistas en todo el país, la verdad es que en los hechos, el movimiento
desapareció del escenario político e incluso en 1977, cuando se dio la llamada
"apertura lopezportillista", se les negó reiteradamente el reconocimiento oficial.
Y el nombre de Henríquez ha quedado de plano borrado de la historia, cuando
no ha pasado a ésta como el gran culpable del fracaso del movimiento social y
de plano como un traidor al pueblo.
En 1988, tocaría el turno a Cuauhtémoc Cárdenas. El fraude fue otra vez
descarado y obvio; y sin embargo, como denunció en su momento Porfirio
Muño Ledo, el hijo del "Tata" se reunió en secreto con Carlos Salinas, el
candidato declarado "vencedor", tan pronto pasaron las elecciones, y el
movimiento popular naufragó a tal grado que de en las siguientes elecciones el
voto opositor se desplomó. Por cierto que Cuauhtémoc Cárdenas también fue
proclamado “presidente legítimo”. Para quien lo ha olvidado, fue en la
convención de la Asamblea Democrática por el Sufragio Efectivo (ADESE) el
19 de octubre de 1988, en el Zócalo de la Ciudad de México.
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Conclusiones.
El movimiento social de ahora, generado en torno al petróleo, pero sobre
todo generado en torno al liderazgo de AMLO, está frente al reto de pasar a la
historia. Y la pregunta es cómo. ¿Como un movimiento revolucionario o como
uno más de los que le apostaron a la democracia?, ¿como un movimiento
acogido a la ley y a las instituciones o como uno subversivo?
¿Qué va a pasar si, como es previsible, el gobierno se cierra y sigue
empeñado en imponer sus políticas anti-patrióticas y anti-populares? ¿Qué va
a pasar si el gobierno, aliado con el PRI, impone sus "reformas" y sigue
impidiendo la democracia y perjudicando al pueblo "legalmente"?
Es que no solo hay que leer bien la historia... hay que leer bien el
presente. Y no podemos esperar que jueguen limpio quienes ahora están en el
poder precisamente por su habilidad para jugar sucio.
Frente a la fuerza que día a día va adquiriendo el movimiento popular
progresista y la imposibilidad cada vez más evidente de poder gobernar como
ellos quieren, como la derecha quiere, a lo mejor es muy tentador pretender
eliminar de plano al adversario y reprimirlo para acabar los problemas, como
muchas otras veces se ha hecho en el pasado.
Vasta ver lo que se ha dicho con motivo de la toma de las tribunas del
Congreso por parte de los diputados y senadores del FAP, y el consecuente
debate sobre el petróleo logrado gracias a esta. Los mayores absurdos, y sin
dejar margen para el desacuerdo.
Y no sólo eso, hay que ver también la actitud de panistas y gobiernistas
ante las contrapropuestas que presenta el FAP (¿¿¿¡¡¡pero si el FAP no tiene
propuestas???!!!): sólo descalificaciones personales y denuestos.
La "guerra sucia" del 2006 tantas veces negada y minimizada,
resucitada, retrotraída a nuestros días con un único fin: despejarle el camino a
la iniciativa presidencial sobre el petróleo, y que ésta sea aprobada nada más
termine el debate a que se les forzó, haciendo caso omiso de todo lo que se ha
dicho.
¿O es que alguien confía en el buen criterio de nuestros legisladores
para "interpretar" los debates? ¿Ya se nos olvidó la "consulta" de oídos sordos
que realizó el Congreso con motivo de la aprobación de la ley electoral hace
tan solo unos meses?
Dicen que no es consigna, pero se parece mucho. Sí, se parece mucho
a los peores tiempos del PRI, a los peores momentos de nuestra historia, en
los que como es bien sabido nuestras Cámaras, dóciles, se ufanaban en
aprobar las leyes del presidente en turno, y ninguna información salía de las
redacciones, nada pasaba a las planas de los periódicos, sin la aprobación de
Gobernación. Vaya, hasta están pidiendo ahora exactamente lo mismo que se
pedía hace años como castigo contra los partidos que estorbaban al partido
gobernante: la cancelación del registro.
Si revisamos las páginas de nuestra historia, veremos que ese ha sido el
mismo argumento que siempre se ha esgrimido para eliminar a los adversarios
de la escena: que eran unos "revoltosos", que constituían "un peligro", que eran
"golpistas", que sólo querían "el colapso" del país, que no dejaban gobernar al
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partido en el poder, que le hacían la vida "imposible" al presidente, que se les
tenía "demasiada la tolerancia".
Eso pasó con los liberales cuando le estorbaban a Santa Anna. Igual
pasó con los magonistas cuando empañaron la "paz" porfiriana. Y, a pesar de
la Revolución, lo mismo pasó con los vasconcelistas, y con los almazanistas, y
con los padillistas, y con los henriquistas. Contra todos los que contradecían la
unanimidad priísta y hacían peligrar el predominio de la aristocracia postrevolucionaria.
Por eso hay que advertir los peores augurios de prosperar las iniciativas
calderonistas-priístas. Porque no son sólo los intereses coyunturales de un
gobierno que le ha apostado todo al petróleo para afianzarse y garantizar su
política, sería algo peor: pagar facturas y cuentas pendientes para asegurar la
entronización de la derecha por lo menos 20 años en el poder.
El movimiento henriquista pasó a la historia.
Una anécdota final: en la casa de Henríquez Guzmán, en San Angel, había un
retrato al óleo de Venustiano Carranza, paradigma de la constitucionalidad. Fue
un regalo de Ruiz Cortines, después de todo lo que pasó, en muestra "de
respeto y de reconocimiento". El gesto de un presidente espurio que de ese
modo le patentizaba al candidato derrotado mediante la violación de la ley, su
apego a la legalidad.
Cuestión de responsabilidad histórica y de maneras de entender el
ejercicio del liderazgo.

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