jueves, 7 de agosto de 2008

CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE EL NACIONALISMO MEXICANO 1872-1938

ENSAYO PRESENTADO POR EL MAESTRO ANSELMO EN LA REUNION SEMANAL DEL CIRCULO


CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE EL NACIONALISMO MEXICANO EN EL PERÍODO 1872- 1938.
(UNA CONJUNCIÓN DE ELEMENTOS PARA ENTENDER EL NACIONALISMO CONTEMPORÁNEO)

Anselmo Galindo M.

Creo que los acontecimientos y condiciones comprendidos dentro del último tercio del s. XIX y el primer tercio del XX dan las claves que ubican, finalmente, los elementos del nacionalismo mexicano hacia la etapa contemporánea. Será por medio de una revisión apretada, sucinta, de los acontecimientos de ese período que en este texto mencionaré algunos de dichos elementos; la intención es conformar una plataforma conceptual para entender mejor las rutas del nacionalismo de hoy.

La República triunfante.-
El triunfo juarista en la Guerra de Intervención, en 1867, sirvió como poderoso estimulante de un acendrado patriotismo. El triunfo en guerra extranjera galvanizó ese grado extremo de nacionalismo en la generalidad de la población, pues una buena parte de cada una de las clases sociales había servido bajo las armas republicanas. A esa situación correspondió, por otra parte, la existencia de sentimientos de agravio en los derrotados. Estos sentimientos fueron sepultados o barridos en ese momento, sin más, como parte de los cadáveres y las ruinas del régimen imperial. Por más de un siglo, a partir de ese momento, la causa y la lucha de la reacción serán para la historia oficial tan sólo parte de un cadalso en Querétaro. Y en lo sucesivo, sin necesidad de más conflictos bélicos con el extranjero quedará sentado, como una actitud encomiablemente nacionalista, el rechazo no sólo a la belicosidad, sino incluso a la simple actitud prepotente llegada de fuera. Así pues, con la victoria bélica y la restauración de la República como visión triunfal y sacrosanta del futuro, y con una fuerza equiparable –al menos como sentimiento- al poderío percibido en otras naciones de esa “Era del Progreso”, se originó el nacionalismo mexicano de la época moderna.
El Porfiriato.-
Pasarán unos cuantos años de austeridad republicana y una vez muerto Juárez, en 1872, los políticos y sus acompañantes comienzan a usar ese nacionalismo, nuevo y triunfador, como elemento de consolidación de la unidad en torno de la clase gobernante. Se le imprime, sin embargo, un pequeño cambio: el que viene de insertar una variedad moderna de prosopopeya, literaria y artística, en los fastos de toda ceremonia oficial. Rápidamente la didáctica de un nacionalismo “moderno y progresista”, comprensivo y magnánimo hasta con los antiguos enemigos, modera la pureza del nacionalismo belicoso y xenófobo que animó los pronunciamientos liberales y la plaza pública durante la primera mitad del s. XIX. Mientras en las escuelas y en ceremonias de toda índole se alaba a una Patria pacífica y trabajadora, a partir de la 1ª reelección de Porfirio Díaz (1884) los excesos retóricos en las fiestas cívicas son considerados como algo natural y una lista canónica de héroes, símbolos y acontecimientos comienza a consolidarse, pulida y estentórea, en cada aniversario patrio. En monumentos, murales y fachadas la pintura y la escultura nos dan Victorias que miran a lo alto, envueltas en peplos atenienses, y espíritus del comercio con caduceos y tobillos alados. Se depura el calendario de conmemoraciones y la lista de héroes, que se glosa interminable y fervientemente, deviene en canon cronológico. Todo esto también tendrá consecuencias: la retórica ampulosa será un elemento del nacionalismo oficial hasta nuestros días, salvando cambios de régimen, revoluciones y todo tipo de vallas históricas. Fatalmente, sin embargo, el positivismo filantrópico y clasista del porfiriato no pudo (ni le interesó) comprender la estructura de la ancestral y extendida pobreza de la población. Así, la Pax Porfiriana, con su esfuerzo educativo, su industrialización y sus grandes obras de infraestructura, tan sólo “modernizó” las raíces seculares del despojo y la explotación.



Hacia la Revolución.-
Desde la 2ª mitad del s. XVI, los bienes y el dinero en la Nueva España circulaban y se recreaban monopólicamente, en un sistema cerrado, y así podía dedicarse a la reinversión una proporción mínima de capital. Carlos III, en el s. XVIII, rompió ese esquema sin cambiar su naturaleza. Intervino en la economía colonial y demolió los intereses de los mayoristas en ambos lados del Atlántico, para anteponer a toda otra instancia los intereses económicos y políticos de la Corona. Estas reformas borbónicas serían el modelo de la economía mexicana. En lo sucesivo habría otros cambios de amo, quizá, pero en su conjunto el capital seguiría centrado en un aparato monopólico, orientado en cada momento a funcionar extrayendo máximas ganancias a partir de la menor inversión posible y con una única abertura vigilada por un puñado de magnates, alrededor de los cuales giraría una casta divina. El porfirismo sería sólo la “fase superior” de este proceso. La paz hubiera sido una condición propicia para el despegue de una verdadera clase media y el ánimo general, después de la victoria contra el invasor, echaba las bases para la integración política y económica del país. Pero a partir de la 2ª reelección de Díaz el dogmatismo positivista al servicio de la codicia decretó leyes que, al amparo de una represión despiadada, despojaban al campesino y suspendían la prosperidad de la mayoría para beneficiar prioritariamente a las aristocracias financiera, empresarial, militar y agraria. Las dos primeras, en su mayor parte, comprendían nuevos capitales europeos y norteamericanos invertidos en banca, comercio, minas e industria; la 4ª y última representaba la sucesión “moderna” de la aristocracia derrotada, ahora acomodada a servir (y servirse) de los generales triunfadores como administradora y colaboradora política del proyecto. Así transcurrieron 30 años de dictadura “progresista” con utilidades fabulosas para unos cuantos mientras, en palabras del mismo Díaz, se hacía “poca política y mucha administración”. Al mismo tiempo, la grieta socioeconómica secular en el cuerpo de la sociedad mexicana se volvía insalvable.

Revolución y nacionalismo.-
Anticipándose en un siglo al neoliberalismo mexicano, la oligarquía porfirista diseñó “científicamente” su prosperidad al precio de su propio vasallaje. Con la Revolución Mexicana, intrigas aparte, la íntima comodidad de ese maridaje histórico estallará en pedazos. De 1910 en adelante resultará inaceptable, como justificante del precio del progreso, la existencia combinada del vasallaje “ilustrado” ante el extranjero y la opresión económica y política. En el s. XX ese será el límite definitorio entre el nacionalismo, como sentimiento generalizado de valía autóctona, y los sueños de grandeza de las clases acomodadas. Ser siempre “popular”, sin complejas desconfianzas, con seguimiento y apoyo extensos entre la clase humilde, amén de contar con un voto de legitimidad concedido por descontado serán los síntomas para un diagnóstico empírico del nacionalismo “de buena ley”; los “otros” nacionalismos serán básicamente empresas clasistas, que sobre todo operarán siempre pragmáticamente mediante el poder del dinero y sus relaciones. Como centro de corrientes políticas el primero respaldará constantemente, con actos y decisiones, el conjunto de experiencias de soberanía y la memoria histórica de la inequidad; por su parte los segundos, una y otra vez, convocarán a todos los que quieran dejar atrás, con buenas intenciones y sentimientos de fraternidad, el rencoroso antagonismo del “populacho” hacia la jerarquía de las aristocracias sucesoras del porfirismo. El deslinde revolucionario es, en este sentido, completamente real. A despecho del mismo Carranza y los poderes que lo respaldan, la Constitución de 1917 será tan igualitaria como ya era liberal, e inevitablemente los artículos centrales del documento serán aquellos que atacan las desigualdades políticas y económicas, clasistas, del orden anterior. Siempre convendrá recordar que, a diferencia de lo ocurrido en la historia de otras naciones, en el caso mexicano las iniquidades y las pasmosas inequidades han ido de la mano durante casi todo el camino.



Los “Caudillos”.-
La constitución, como instrumento político, apuntó a satisfacer los motivos para la rebeldía del zapatismo y el villismo, buscando unificar a la opinión nacional bajo una sola corriente. Comienza así una etapa formalmente legalista que es, en realidad, época de purgas internas, en que los caudillos del constitucionalismo triunfante devorarán todo liderazgo a su alrededor para acabar, finalmente, devorándose unos a otros: Carranza a Zapata, Calles a Villa, Obregón a Carranza y, en un plano secundario, el mismo remolino se llevará a Felipe Ángeles, Francisco Serrano, Pablo Gómez, Francisco Murguía, etc. Pero lo importante es que, mientras los caudillos intrigan y conspiran, se afirma una ideología de la cosa pública que se apoya en la Constitución y en un clima de opinión propicio a lo reivindicatorio. Los políticos buscarán abiertamente el acuerdo con este ambiente social y, después de medio siglo de dictadura y guerra civil, comienza una reinvención de instituciones e infraestructuras en que la meta es, de manera expresa, una modernidad incluyente. Algunos episodios de este proceso quedarán entre lo mejor de la historia mexicana en los campos del arte, la educación y la política económica. En otros casos la lucha por el poder interrumpe y perturba la reconstrucción, acabando por deformarla, pero los códigos de conducta habrán cambiado. La noción de equidad en el ámbito público se extenderá y arraigará para volverse, rápidamente, una idea básica, general, que modelará una cultura cívica que no existía antes de la Revolución. Así entonces, por sobre sus pleitos y desacuerdos, sabiamente los caudillos reconocerán la finalidad igualitaria de la función pública y con ella justificarán su liderazgo y sus instituciones. Defender la equidad será ahora un deber para sostener la legitimidad de un gobierno, como también lo será la defensa de un patrimonio público duramente disputado a los magnates. Con esto, finalmente, el “sentirse mexicano” adquiere el objeto y el propósito concretos de la época contemporánea.



El nacionalismo cardenista.-
Lázaro Cárdenas aprovecha el clima de afirmación de esas nuevas verdades políticas, y del asentimiento general a los nuevos pactos y acuerdos nacionales, para cumplir o completar los puntos atrasados del programa social, económico y político de la Revolución. Oportunamente, por la vía de la renuncia o el exilio, se deshace de los restos del aparato caudillista enquistados en su gobierno comenzando por el mismísimo Plutarco Elías Calles, “Jefe Máximo” de la política mexicana hasta ese momento, y pone en juego, sobre el terreno, a una clase política y una doctrina congruentes con el bienestar nacional que señala la ley. Rehace las organizaciones partidistas, preparándolas para una labor política de cuadros y, en lo interno, dispone el poder del Estado para atacar la ignorancia en el campo y el latifundismo, las dos salvaguardas históricas de la desigualdad económica y social. Los aspectos aplicados, concretos, de esa gigantesca tarea justiciera hacía tiempo que estaban muy claramente señalados en la opinión general, pero en los caudillos faltó una voluntad política nacida del nacionalismo como forma del altruismo patriótico. Éste se presenta con la conducta del Presidente y, ante la experiencia de todos, toma su lugar como rasgo histórico infalsificable y final del nacionalismo contemporáneo, donde el otro lugar correspondiente es el del pueblo en activo. Las multitudes aglomeradas en el Zócalo para aportar al rescate petrolero, en 1938, son sólo la parte más intensa y visible de un activismo político tan popular como legitimador que, con altas y bajas (huelga de los ferrocarrileros, huelga de los médicos), seguiría hasta 1968. Con ello el sexenio cardenista deviene, por mérito propio, en período referencial inevitable para el México del s. XXI. Su congruencia, honestidad y lucidez, correspondidas por el pueblo son, de 1968 hasta la fecha, la herencia cultural con la que la opinión popular tasa y juzga, inapelablemente, a los personajes y proyectos del México actual.

México D.F., julio de 2008

REFERENCIAS
Este ensayo fue escrito pensando que la historia es mucho más que datos y fechas, de modo que para no estorbar la lectura con un engorroso aparato crítico se agruparon las referencias pertinentes al texto como paquete informativo final. Cada referencia está citada temáticamente, por número y a continuación del nombre de la parte en la cual su contenido puede ampliar, en detalle, las consideraciones que aparecen en este escrito.

La República Triunfante.-
-(1)- Antología de la historia de México. Matute, Álvaro. Coord. gral. y selecc. textos. SEP. México. 2ª ed. 1993. pp. 41-46.
El Porfiriato.-
-(2)- De la historia de México 1810-1938. Documentos fundamentales, ensayos y opiniones. Silva Herzog, Jesús. Siglo XXI eds. México. vid. “La cuestión de la tierra”. pp. 159-166
Hacia la Revolución.-
-(3)- Historia general de México. Centro de Estudios Históricos. El Colegio de México. vid.: La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico. esp. “Reformas económicas”, “Crecimiento económico”, “Comercio exterior”. pp. 375-406. 3ª reimp. México, 2002.
-Vid. (2)- “El mito de la paz porfiriana”. pp. 166-169.
Revolución y nacionalismo.-
-Vid. (1)- “Programa de reformas político-sociales de la revolución aprobado por la soberana convención revolucionaria”. pp. 82-85.
Los “Caudillos”.-
-(4)- Yesterday in Mexico. A chronicle of the Revolution: 1919-1936. Dulles, John W.F. vid. caps. 8-10. esp. “The interim regime and other restless generals”. pp. 71-92. University of Texas Press. Austin, 1961.
El nacionalismo cardenista.- -(5)- Economía y Política en la historia de México: desde los aztecas hasta la designación de Salinas. López Gallo, Manuel. vid. cap. VI. “De la Revolución a 1940”. esp. pp. 391 y 423-424. 35ª ed. Ed. El Caballito. México, 2000

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